Las palabras y las cosas.



Hoy en día se percibe en las amplias mayorías un desdén por usar correctamente las palabras, por saber de dónde vienen, qué es lo que significan realmente. Esta época considera innecesario, una fruslería darse el tiempo para investigar las palabras. Lo ve como algo inútil. De nada sirve pulir demasiado el lenguaje, molestarse en elegir las palabras idóneas, si a final de cuentas nadie sabe qué significan y nadie escucha con atención. Y así andamos por la vida usando palabras, colonizando significados, imponiendo unos a otros, quedando despojados del legado ancestral que las palabras poseen y reduciendo nuestro lenguaje cada más, como hijos malcriados que dilapidamos la herencia ganada por los padres. Cada vez se reduce el número de palabras que se necesitan para describir el mundo y las cosas. Pero en aras de la practicidad –o en las alas de la ignorancia–, no percibimos el riesgo que supone esa reducción, pues entre menos palabras tengamos para describir el mundo, más incomprensible se vuelve, y entre más incomprensible, más amenazante, y ya sabemos lo que la mayoría de los hombres hace con lo que le parece amenazante. Esta es la debacle de nuestro tiempo: una creciente muchedumbre cada vez numerosa, y cada vez más desposeída de palabras para comprender lo que le rodea, lo que pasa en sus adentros, lo que ve en los otros, lo que hace que los encuentre cada vez más extraños e incomprensibles, frente a una incesante necesidad de expresarse y comunicarse con sus semejantes, con el mundo y consigo mismo.

He aquí que se instaura el insondable abismo de las palabras y las cosas, de lo nombrado y la cosa en sí. ¡Ah, pero es que hay cosas más allá de las palabras! Si, por supuesto, están las cosas innombrables; como las palabras exactas para describir un sueño que refleje la misma vívida escena; las palabras para describir el horror de la muerte; la guerra y la violencia; las palabras para describir la nueva vida que nace de su madre. Pero ahí el problema es que no hay palabras aun para definir lo que está tan lejos de nuestra propia comprensión, dado que están en el límite de la experiencia humana, muy diferente a no poder describir algo con palabras que si existen, pero que uno ignora. Ahí no hay ausencia de palabras, sino cabeza desprovista de ellas. A eso súmese la actual tendencia a desdeñar un uso cuidadoso de las palabras, un uso respetuoso de su pasado, de su origen, de su precisión, de su linaje y parentela, en pos de un uso excesivo, morboso, invasivo, de la imagen. La imagen que, sin un discurso sustantivo que la sostenga, más que ella misma, incluso puede llegar a ser alienante, enajenante y excluyente de quien no comparta esa necesidad de documentarlo cada trivial aspecto de la vida en una imagen.

No deberíamos mostrarnos arrogantes y desdeñosos con las palabras, ellas estaban aquí antes que naciéramos, y ellas seguirán aquí mucho después de que nos hayamos ido. Las palabras nos dieron forma, tanto o más que la carne. Póngase a pensar que cada calificativo recibido desde el nacimiento ha tenido su influencia en nuestro destino: lindo, feo, tonto, listo, gordo, flaco, guapo, miedoso, valiente, ágil, lento. Cada sustantivo que dio origen a mil caminos, a mil historias, a mil destinos: amigo, enemigo, leal, traidor, nómada, viajero, colono, rey, esclavo, padre, madre, hijo, novio, novia, amante… Es en las palabras en las que depositamos la confianza y eso reclamamos cuando hay una discrepancia: “dijiste que me amabas”. Hasta quien deja de comer lo hace por considerarse gordo, gordo, gordo, aunque el espejo le grite que está en los huesos…y cerca de morir. Hasta alguien que pierde la razón no pierde el uso de las palabras, sino se funde con ellas y las vive y deja de ser quien es y se vuelve palabra sin sujeto que la nombre. Estamos pues, condenados a las palabras, como se dijo en algún otro momento.

Aun así, pocos son los que salen de la indiferencia hacia las palabras y se preocupan por usarlas con cuidado. Así vemos con demasiada y casi desesperanzada frecuencia que no pocos dicen hoy día “te amo” queriendo decir “te quiero”, diciendo “te quiero” cuando en realidad lo que quieren decir es “te encuentro atractivo”, y queriendo decir con eso “te deseo”, y con eso queriendo decir “se mío” y con eso ocultar un “temo que te vayas” que iba en lugar de un “tengo miedo de estar solo” al final de un “¿no ves que sigo siendo un niño?, todo me debe ser permitido”. No es de extrañar por qué, en nuestros días, vemos cómo se extiende con preocupante velocidad ese sentimiento de abandono y creciente pesimismo que llena los espacios entre los individuos, las familias, los barrios, los pueblos, las instituciones, los países. Llenando los espacios de incomprensión y malinterpretación ahí donde podría haber puentes de entendimiento, libertad, respeto y confianza hacia el otro.

Así pues, ¿no convendría tomarse unos instantes para meditar las palabras que usamos y cómo las usamos? ¿No convendría tomarse el tiempo de aprender nuevas palabras y ampliar la comprensión del mundo que nos rodea? Imaginaos pues, cuántas aventuras podríamos vivir, cuántos maravillosos encuentros, cuántos descubrimientos, cuántos reencuentros dichosos con los demás, con el mundo y con uno mismo (para volver a ser uno mismo).

Las palabras que nos fundan no deben desconocidas por nosotros mismos, deben ser recuperadas, enfrentadas, confrontadas, interrogadas, sufridas, lloradas, reídas, amadas, pronunciadas desde un otro que ya no es el mismo que inició el camino, que se ha restituido a sí mismo en la verdad enajenada por las palabras de otros. Tal vez así –y quizá solo así– podamos detener la vorágine de incomprensión, miedo y violencia que ha iniciado su ominoso giro y que amenaza con invadirlo todo. Nunca el uso sabio de las palabras había sido tan imprescindible como en estos aciagos tiempos. Hablemos.



Alejandro de Andúnie.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
En mi opinión las palabras son lo que son, palabras; cuando la palabra está en armonía con lo que se piensa, siento y hacer, ésta trasciende sobre el espíritu del lector o del oyente.
Unknown ha dicho que…
Excelente recomendacion, muchas gracias, no solo con fotos me deja usted sin plabras lobote; aplicado a cualquier palabra desconocida, en particular este texto da en el clavo a una situacion personal con esas palabras que mencione ek mis tweets. Saludos y abrazo afectuoso
Unknown ha dicho que…
ya habia comentado antes pero cada vez que lo leo, obtengo una respuesta diferente al contexto por el cual me fue recomendado , lo encuentro interesante ademas de en el justo momento, saludos desde Durango
Estamos En Comerciales ha dicho que…
Al usarlas como medio de entendimiento propio y compartido, ya sean pensadas o compartidas en cualquier soporte, se debería tender un puente entre la boca y el cerebro, para que lo dicho fuera en verdad meditado y sirva para lo que se requiere, comunicar. De ahí que cada palabra sería como una flor que aromatizara un instante o bien una arma, en el caso que se quiera herir y se hace... así pues esas ideas, esas palabras son eso, palabras

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