Tocar un alma
Un profundo deseo mío es tocar
un alma. De sentir su textura y su color, como cuando hay una pieza
arqueológica muy antigua y especial en un museo y claramente te dicen
"no tocar". No deseo tocarla con morbo, resultado de la inconsciencia de una profanación. No deseo tocarla para consumirla, como tanta gente toca cosas
hoy en día no para sentirlas sino para engullirlas, botarlas la basura y
buscar, enajenados, la siguiente cosa para tocar y consumir. No, yo no
quiero tocar un alma así, no tendría corazón para ello. Yo quiero
tocarlas para sentirlas.
Un alma se toca con suma
decisión, sin titubeos, pero gentilmente, sin arrebatos ni forcejeos ni coacciones ni chanajes. Es un arte.
Para tocar un alma hay que tener sueños y esperanzas, haber luchado y seguir luchando por ellos; llorarlos,
dolerse con ellos al desmoronarse, haberlos defendido y por supuesto, convertirlos en realidad, disfrutarlos y, rebosantes de felicidad, haber ascendido al cielo con ellos. No se trata de ser un inocente mártir, no hay
que ser tan obtuso. Es por ello, claro está, que tanto los pretenciosos
como los pusilánimes (como si fueran dos cosas opuestas y no más bien
las dos caras de la misma moneda) no pueden tocar un alma: los primeros
porque creen que es una cursilería inútil; los segundos por cobardes.
Para tocar un alma hace falta
música, belleza y talento, características naturales de la gente genuina
y verdadera; porque por más artilugios de la seducción, la manipulación o de la
violencia se utilicen (propios de la gente falsa y pretenciosa) y
llegaran los cuerpos a tocarse y confundirse, pero jamás se habrá podido tocar
su alma.
Las almas no se conquistan, no
se compran, no se capturan, no se roban, no se entregan, no se pierden,
no substraen, no se comercian, no se regalan. Cualquier intento de la ciencia o la técnica de medirlas o atraparlas están condenados al más ruinoso
fracaso. No pueden ser tocadas de tales modos porque simplemente
desaparecen, como burbujas de jabón, como anillos de humo, como
entes frágiles que son. Y aún con todos estos señalamientos habrá
los insensatos, los soberbios, los arrogantes, los ociosos, ignorantes todos, que
intentarán tocar, vanidosos, un alma. No es de extrañar que muchos de estos terminen henchidos de rabia, sintiéndose despechados y ofendidos, finalmente locos. Algunos de estos quedarán desalmados y son los que destruyen almas.
Y como hay que ser auténtico
para poder tocar un alma, los caminos para llegar a hacerlo sólo pueden
ser los auténticos. Así pues, aquel que quiera tocar un alma ha de poner
a prueba todo de sí. Ha de llevar al límite sus certezas, comodidades y
conformidades y cuestionarlas. Dejar atrás toda pretensión, toda frivolidad, toda avidez y cuestionarse profundamente si es realmente su deseo
tocar un alma. ¿De qué otra forma podría llegar uno a tocar la parta más
íntima del ser humano sino mediante la fuerza de un deseo verdadero? Es
un profundo llamado a la libertad y al amor, al verdadero saber de quién es uno y
desde ahí desear tocar un alma, pues también y con razón, deseamos que
nuestra alma sea tocada.
Porque, -y esto que quede bien
claro-, un alma sólo se puede tocar si dejas que al mismo tiempo toque la
tuya. Un alma sólo se toca dejando tocar la propia. He ahí el misterio
de la vida.
Alejandro de Andúnië dixit!
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