Homenaje al dolor

 


 

Los homenajes se realizan para celebrar y ensalzar el honor de algo: los héroes que salvan personas, los logros y acontecimientos importantes, la valía y excepcionalidad de alguien. De ahí que suene raro proponer la idea de que se rinda un homenaje al dolor, esto es, al dolor emocional. No son pocas las ocasiones en la vida que somos confrontados con situaciones que nos causan dolor, son de muchos y variados tipos, tan diversas que lo que a unos puede causarles la más profunda pena a otros puede representar no más que un ínfimo contratiempo. Para el primer grupo es que se crearon, hace milenios, los ritos funerarios, por ejemplo. Los ritos funerarios exaltan la memoria del fallecido, pero también arropan y acompañan a los deudos, a los dolientes, y si bien, algunos de estos ritos pueden ser acartonados y rayar en lo protocolario -impersonal y ajeno a todos-, hay ritos que unen, acompañan y sostienen emocionalmente a los dolientes. Ese es el punto de la cuestión: al dolor se le nombra, se le da lugar, de este modo se le conjura, se le reconoce y no se le rechaza, se permite así atravesarlo, relativamente acompañado, aunque siempre es un acto profundamente personal. Al experienciarlo, el dolor toma una "forma" reconocible, medianamente manejable y así, lenta, muy lentamente puede dar paso a la cicatrización, que un estado en que quizá nunca deje de doler, pero no se torna imposible de cargar, pudiendo seguir la marcha. 

Narrarlo aquí es infinitamente más fácil que vivirlo, de eso no queda duda. Frente a terribles y abyectos escenarios que en la historia y en la actualidad vemos la atrocidad y la barbarie y la mera cotidianidad que provocan dolor nos hemos vuelto muy buenos en intentar evadir, ignorar tales desgracias, incluso hemos llegado a verlas como normales e inevitables, ahí el dolor se trata con mortecina resignación, desganada solemnidad, atragantada rabia y quizá, quizá, reciba algún homenaje. Pero si no lo recibe entonces se convierten en fuentes inagotables de oprobio y afrenta, constatación sorda de la crueldad del abandono al que pueden someternos nuestros semejantes o las circunstancias, o que nosotros mismos transidos de indignación buscamos la venganza o la justicia, pero no el homenaje, ese que brinda un mínimo de comprensión y reconocimiento, ese con que inicia la justicia y el resarcimiento. 

Los que han atravesado el dolor, le han podido, con mucho esfuerzo, darle un sentido, un significado, han trascendido de él y se vuelven un poco más sabios (sabiduría amarga, lo sé, que de buen grado nunca la hubieran pedido aquellos que la obtuvieron). De ser así logran reconectar con la vida que aun queda y los circunda, con las vetas más sutiles y secretas de la vida y una nueva savia les recorre el interior volviendo a amar y caminar. Se entregan a la vida con otra mirada y otra cara y, en general, con más compasión y buscan evitar el dolor para otros. Esta es otra de las razones más importantes para rendir homenaje a los dolores propios y ajenos, más a los propios, pues ya ahí se permite iniciar la restauración del sujeto doliente, ya desde ahí hay una posibilidad de elaborar el duelo, esto a lo que yo llamo homenaje, trabajo de artesanía a su propio ritmo, ni rápido ni lento, sino acompasado del propio respirar. Así nos damos cuenta que un homenaje al dolor también puede ser (y es) un homenaje a la Vida, volviendo a hacer el Pacto Primordial con el soplo vital de uno mismo con el cosmos, fortalecido y transformado. Sencillamente hacer duelo, atravesar el dolor, tiene un aspecto místico, sea la persona creyente, espiritual o declaradamente atea, pues el misterio más profundo de la vida va más allá de esas meras actitudes y estrategias ante la incertidumbre del universo, y ahí, en lo más íntimo rescoldo del ser cara a cara con la existencia es donde opera su reconexión consigo y con el mundo. Visto así, toma sentido pleno el resaltar por qué rendirle un homenaje, comedido y oportuno, es lo más recomendable. Dejarlo pasar sin más, negarlo, incluso rechazarlo, trae complicadas consecuencias, que tristemente suelen redundar en aumentar el dolor, por ello en caso de estar cerca de alguien doliente es fundamental estar atentos y abiertos a su discurso hablado o no, y acogerlo sin juicio ni impaciencia. 

Seamos solidarios y compasivos con el dolor ajeno, que muy en el fondo es también el nuestro, en el pasado o en el futuro, todos nos conectamos por la experiencia del dolor y si logramos conectarnos también con su homenaje lograremos una conexión tan profunda como trascendental, y así quizá, por fin avanzaremos a otro estado de conciencia más elevado donde, más sabios y compasivos, evitemos los dolores evitables y nos acompañemos en los que no se pueden evitar. Ahí la historia humana tendría sin duda alguna su más connotada inflexión. 

Así sea.

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