Confiar en el camino

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 Si quieres hacer reír a los dioses, cuéntales tus planes.

-Decir popular.

 

Como ya hemos dicho, hubo un tiempo en que toda nuestra mentalidad estaba centrada en superar las batallas. Y como también ya dijimos hemos dejado atrás esa forma para dedicarnos a la búsqueda de la paz y la tranquilidad, la confianza y la apertura del corazón: hemos decidido confiar en el camino.

Y si bien, confiar en el camino puede sonar a una frase hecha, a lugar común, a cliché, la verdad es que no es fácil llegar a este nivel de cosas. Confiar es un acto de fe, un acto de creer que habrá reciprocidad, cabalidad entre las partes.  Dado que confiar implica y permite tender puentes sobre el ahora y la incertidumbre que inherente todo acto humano, confiar es también un acto de sincera valentía. Por ello es que confiar no es cosa sencilla ni menor. Confiar contradice en parte la educación regular que recibimos en la que se hace énfasis en planear y contemplar distintos escenarios para maximizar los beneficios a través de detectar y mitigar los riesgos. Pues no, en cuanto a las cosas del alma la visión empresarial de la confianza no responde a la necesidad de vínculo que supone el ejercicio de la confianza. Ahí nos percatamos que confianza tiene que ver con la renuncia: renunciar a las aspiraciones de control de todo, de lo externo y lo interno, de los demás y de uno mismo, del presente o del futuro y permitir a los acontecimientos suceder libremente. Soltar ese anhelo de control imaginario sobre lo que por definición no nos toca controlar es, sin duda, liberador, aunque en modo alguno es fácil. Sin embargo, al poner en la balanza la angustia de querer controlar y la calma que da confiar puede hacer la elección menos complicada. 

Ahora renunciar a ese control, a esa agenda o a un itinerario no significa haberse queda sin rumbo ni destino. Significa que aferrarse a lo que se tenía planeado para llegar a ese destino podría ser el obstáculo que termine por impedirlo. Que con apertura de mente y corazón se puede disfrutar de cada paso del camino y dejarse guiar por esa verdad inefable: el profundo deseo de ser quién uno es y desde ahí amar. Porque al final es también confiar una forma de vencer el miedo que da abrirse, a dejarse sentir e iniciar ese círculo virtuoso que es confiar y que retribuir esa confianza.

Qué calma y qué dicha da entonces avanzar así, todo toma otro matiz, otro sentido, y contrario a lo que los adeptos del control advierten no significa que no importa o que da lo mismo. Por el contrario, cada gesto que se comparte con uno en el camino toma un sabor y una sustancia distinta, porque por fin se da uno la oportunidad de saborearlo, descubriendo además lo valiosísimas que pueden ser estas muestras, y lo aliviados que nos deja haberlas apreciado al recibirlas y vivirlas, y no, como tantas veces pasa, valorarlas al perderlas, como sentencia aquel conocido decir popular: nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Y entonces el alivio es doble: ir fluyendo con las acontecimientos con espontaneidad y por apreciar los gestos bellos en el momento que se reciben. Es pues sensatez y una hazaña al mismo tiempo.

Damos gracias a la Vida por permitirnos aprender esta sabiduría y con ello lograr algo quizá discreto, pero fundamental: es confiando en el camino que se transmite esa confianza a los corazones para que permitan abrir y tocarse. Si hay una razón de peso para atreverse a confiar en el camino es esa, porque el amor no surge al final del camino, sino que es el camino mismo, y eso es lo más hermoso de confiar y compartir el camino. Vamos, pues, andemos con confianza en lo que pongamos sinceros en el camino.


 Alejandro de Andúnie

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