La semilla de la vida
En secreto y en silencio se siembra la semilla de la vida. Se riega con denuedo y lágrimas, se abona con anhelos y esperanzas, se acompaña con plegarias y algunos sinsabores. Callada y solitaria, la semilla de la vida permanece dormida. Duerme tranquila, soñando los sueños de la eternidad y lo sublime en el único lugar que le puede dar los nutrientes necesarios para germinar y medrar, y ese lugar no puede ser ningún otro que en el interior de un corazón, un corazón que está a punto de vivir una experiencia inigualable.
La semilla de la vida es el deseo de amor que alguien deposita en alguien. No es el deseo de que esa persona le corresponda. No es el deseo de la reciprocidad de las pasiones. No es el deseo de la voluptuosidad del cuerpo. No, es más allá de eso. Es el deseo más puro de amor y bienestar para la persona amada. El deseo de que encuentre dicha y plenitud con su interior y su exterior. Es el deseo más genuino de que siga siendo quien es, esa esencia de la que uno quedó prendado y se volvió única en el mundo, porque cada quien a su modo, llega a entender la singularidad de ese ser y desea, con todo el corazón, que en medio de las turbulencias mundanas siga siendo quién es, continúe su crecimiento, su evolución, su libertad y su felicidad. No, no es un ideal, ni una consigna, ni una ilusión. Quizá las madres sean el ejemplo de lo que aquí decimos, pero no en todos los casos y afortunadamente, no es privativo de las mujeres. Es algo común a nuestra especie. Quizá esto esté muy cerca del amor de verdad, quizá es la mezcla de un amor paternal, de un amor erótico, de un amor fraternal, pero en todo caso, es un amor incondicional.
Una semilla lleva en su interior toda la fuerza y la capacidad para dar vida nueva, es por tanto, la representación más clara de lo que es la esperanza, como la convicción de que tiene sentido hacer todo lo que este a nuestro alcance para que suceda algo bueno, a veces, aunque no nos incluya. Tiene algo de sacrificio ciertamente.
La semilla de la vida es pequeña, pero cuando uno toma conciencia de lo que esa semilla encierra se torna pesada, verdaderamente pesada, y lo es, porque aquello que encierra es materia grave. ¿Cómo iba a ser la semilla de la vida algo que no pese nada? Pero como dijera Beethoven: solo aquello que es necesario, tiene peso; solo aquello que tiene peso, vale. Por ello, es natural que al inicio, el alborozo que causa dar a luz a una semilla, venga acompañado de temor. No da miedo tener la semilla, ni entregarla ni plantarla (si no se es un cobarde, por supuesto), da miedo que pueda perderse, trastocarse, que pueda sufrir los mil y un infortunios del mundo y llegue a secarse sin tener la oportunidad de germinar y dar frutos. Ese temor muy pocos lo toleran, pero muchos justifican esta falta de valor volviéndose escépticos del amor, gente para quien la semilla fue demasiada carga, y no pudieron soportar ese temor a perderla. Pero uno no puede perder la semilla de la vida, porque sencillamente no es nuestra: una vez que ha surgido desde lo profundo de nuestro interior, se le entrega a la vida misma a través del corazón de la otra persona. Si bien uno se vuelve responsable de lo sembrado, siendo amoroso y cuidoso de ello, está ya más en manos del destino y de la vida de la otra persona el futuro resultado.
Por tanto, es todo un acto de fe, un acto de esperanza, de valor, generar la semilla de la vida, pues eso solo puede hacerse disponiendo de lo mejor de uno, lo más genuino, lo más honesto, lo más auténtico de nuestra propia esencia. Solo así se puede crear una semilla, y solo con un profundo amor puede entregarse a otra persona, porque está literalmente desprendiendo de una parte de la vida de uno mismo, de ahí el carácter casi sagrado del acto de dar y sembrar la semilla.
Ante la oscuridad de nuestros tiempos, ante la violencia, el cinismo que brotan por doquier, cada vez más gente tiene temor y se vuelve más desconfianza y escéptica. Asi, las condiciones necesarias para generar semillas de la vida se tornan más escasas, lo que, en consecuencia, hace que cada vez haya más violencia, más desconfianza y más pesimismo, tornándose en una vorágine cada vez más atemorizante. Sin duda, esa es la razón principal para llamar a tener valor y dar semillas de la vida nunca había sido tan crucial como ahora. Solo los actos de amor y de en la vida pueden restaurar la esperanza y así generar más esperanza, solo la bondad puede generar bondad, solo el ejemplo de valor puede infundir valor en los corazones de las personas. Solo así seguirá sucediendo el verdadero milagro cósmico que es el hecho de generar y sembrar una semilla de la vida y poder presenciar, bendecidos por su luz, su germinación y con ello dar vida y amor a quien tanto se ama. Quizá ahí este la esencia del amor.
¿Cuántas semillas de la vida has sembrado?
Alejandro de Andúnie.
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