La llama que arde en mí.



Una llama empezó a arder en mí un día de junio al final de la primavera. Una llama alimentada desde muy pronto con caras ilusiones y ensoñaciones venidas de lejanos mundos. Muy pronto, los cuentos de Medio Oriente, las fábulas y hazañas griegas, los cuentos de sangre de mi tierra, mexicas y mayas, los cuentos venidos de las tierras del dragón y de las del tigre de bengala. De todas partes fluyeron con los días y los años historias pequeñas y grandes. Las grandes historias de valor de los hombres iniciadas por pequeñas cosas, y las pequeñas historias que siempre han guardado las más grandes enseñanzas.
Así mi llama alumbró mi alrededor, pero también pudo alumbrar mucho más allá. Pudo mostrarme lugares y épocas que mi geografía me habría impedido de otra forma. Sin lugar a dudas mi abuelo materno fue mi gran benefactor en este sentido. Fue quien me rodeo amoroso y con visión de muchas de estas historias, ya sea por los libros, o de viva voz. Oír su voz remontar los vuelos del tiempo y llevarnos al lado de Alejandro o Rama o de Huitzilopochtli. Luego vino Julio Verne, los cuentos de tradición viva de mi pueblo, y al final de la infancia e inicio de la adolescencia llegan dos espíritus insignes para avivar el ardor de mi llama: la muy noble poetisa novohispana, Sor Juana Inés de la Cruz; y el explorador de las regiones más peligrosas del mundo, Freud, y sus viajes por el inconsciente del alma humana.
La llama no cesaba de arder. Incluso en mi noche más oscura mi llama no se apagó. En medio de esos días posteriores de convalecencia, los pies del extinto volcán, no deje de alimentar mi llama con el calor y la compañía de mi amado Michael Ende, en voz de Momo. No pude haber gastado mejor mi tiempo.
Y así es que vengo a caer en cuenta que mi llama arde, a pesar de tantas adversidades que no viene al caso comentar aquí, y arde con más fuerza. Y lleno de una emoción que me traspasa, contemplo conmovido que esta llama mía, trémula y discreta, ha brillado no solo para mí, pues ella más generosa y desprendida que yo mismo, brilla para muchas almas más. Brilla con cercanía, compartiendo luz para tener visión e inspiración, calor para tener abrigo; aunque pareciera desmedida arrogancia y no poca modestia brilla, para tener guía, ilumina para hallar el camino. Pues he ahí mi misión y mi destino que en la imagen de un faro que, en la costa tormentosa de la vida, alumbra para aquellos que atraviesan vendavales y tormentas propias y pierden el camino y buscan arribar a un puerto que les permita recobrarse y volver a emprender el viaje de regreso a casa o a un nuevo hogar.
Así, no puedo más que sentirme profundamente bendecido por la Vida por este don que ha costado y he sufrido, pero que sin duda es la esencia misma de mi existencia. Nada hay que reclamarle a la vida, sino con alborozo, abrazarnos a nosotros mismos que, en el medio de la vasta noche sideral, vemos alumbrado nuestro propio camino con la luz de incontables faros, faros de esperanza, la esperanza que, en mi llama, brilla con ellas.

Alejandro de Andúnië.




Comentarios

Unknown ha dicho que…
Que su fuego tarde en consumirse y siga dando mucha luz. Con el cariño que escribe me recordó el embrujo de los libros y el Cementerio de los libros olvidados. Gracias de verdad señor Lobo, o si me permite, Alejandro. Desde acá lo saluda Jorge _cuenta_cuentos. Feliz Domingo allá en su bosque.

Las más leídas

Los 12 Clanes de los Lobos

¿Cómo les diré? El amor no son sólo detalles

Décalogo del Buen Lobo

Manada de Lobos: Alfas, rangos y comportamiento

¿Somos gays o mamarrachos?

Tocar un alma

Mirar y reflejar