El pecado de las iglesias
La jerarquía de muchas iglesias pierde toda
autoridad moral para defender cualquier cosa en el momento en que, para
conservar su poder e influencia sobre la gente, la manipulan mediante mentiras
y falacias pseudocientíficas y se aprovechan de prejuicios e ignorancia para
despertar miedo y odio ante lo que consideran diferente.
Ante el ruinoso fracaso y desprestigio en
el que las iglesias se encuentran actualmente por no servir más que a sus
propios intereses y olvidar su deber con la gente, buscan un chivo expiatorio y
lo encuentran en un grupo de ciudadanos que ha venido, con mucho esfuerzo,
logrando igualdad de derechos y aceptación social. Ahí se encuentra lo
inaceptable, lo incongruente y lo más despreciable de lo que están promoviendo
las iglesias y grupos conservadores: primero mienten y manipulan, lo que va
contra sus tan pregonados mandamientos, con ello movilizan al pueblo poniéndolo
en contra de su propio pueblo, sus familiares, sus amigos, sus vecinos, en una
inexcusable maniobra perversa y malévola, cuyas consecuencias son tan
imprevisibles como ominosas.
Ahí donde las iglesias debieran promover
con acciones concretas contra la violencia, la desigualdad, la corrupción
política entre sus filas y en los gobiernos, termina aliándose con él; ahí donde su mensaje de esperanza,
comprensión, solidaridad, compasión hacia los abandonados sociales, los
migrantes, las víctimas del crimen, debería hacerse escuchar, prefieren imitar
a Hitler y otros regímenes fascistas y satanizar a un grupo de la sociedad para
evadir su responsabilidad ante su fracaso y deterioro. No ponen la otra mejilla
ante su error, prefieren erigirse en soberbia absoluta y señalar lo que es
bueno y lo que no, según sus exclusivísimos intereses; no limpian su interior
de putrefacción y se muestran puros y limpios como sepulcros blanqueados al
sol, y peor aún, ocultan, mienten, tergiversan la verdad para mantener dominada
a una sociedad que poco a poco se iba abriendo a la diversidad y con estas
acciones de cerrazón y odio provocan un retraso en el proceso de construir una
sociedad donde el respeto a los derechos humanos, a la dignidad del otro, a la
convivencia respetuosa y bondadosa se apreciaba más cercano.
Un movimiento como el promueven para mañana
las iglesias, además de anacrónico, retrógrado y de incitar a la violencia,
pasará a la historia como el inicio del fin de su dominio, porque al final del
día todo el mundo apreciará su mezquindad y su egoísmo y hasta de entre sus
propias filas saldrán aquellos que verán, avergonzados, el terrible error
histórico que están cometiendo las iglesias al elegir el pasado en vez del
futuro, el poder en vez del servicio, la soberbia en vez de la humildad. Nada
queda en estas actitudes digno de ser llamado "cristiano" o
"creyente".
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