La guarida del dragón
Extensas, amplias, profundas, oscuras, peligrosas, engañosas; esos y más adjetivos podríamos usar para definir los túneles, estancias y cuevas que los dragones eligen para hacerlos su morada y escondite.
Y es en la cueva más amplia y más profunda que los dragones hacen su nido sobre espectaculares e inefables riquezas siempre robadas y arrebatadas por sangre y fuego. Los dragones huelen desde lejanísimas distancias tales riquezas, o deberíamos más correctamente decir, que los dragones lo que huelen es la increíble ambición, avidez y codicia de quienes amasan tales fortunas, un olor que viaja por sobre tierras y países de boca en boca hasta que el dragón las detecta, entonces emprenderá su vuelo, agitará las terribles alas y remontará los cielos trayendo terror y fuego por su paso y no parará hasta encontrar el origen de ese olor, cuyo desafortunado poseedor terminará sin remedio calcinado o devorado. En todo caso la fuente del olor desaparecerá para siempre, pues los dragones no toleran ese olor, en una franca y discordante ironía pues se trata de su propio olor, pero al menos así solo tienen que soportar el suyo, para luego echarse a dormir durante décadas, satisfechos. Más nada los inquieta de ese sueño profundo más que percibir el aroma de una nueva ambición que se acerca, temeraria, a tratar de despojarlo de su tesoro. Saldrá y defenderá su madriguera con vehemencia hasta acabar con el olor a ambición y su portador. Esclavo del Tesoro, no puede más que defenderlo, es el único lugar dónde puede criar a su prole.
Queda claro que la única forma de acercarse al Tesoro es sin ambición alguna, pero no significa que aun así el dragón no pueda detectarlo, hará falta un valor singular y un corazón que no desfallezca ante su mirada. (La mirada del dragón es algo que muy pocos seres pueden soportar sin desfallecer). Pero sobre todo, lo que hará falta es ingenio, una mente ingeniosa que sepa ver más allá del dragón y cuya inocencia sea imposible de leer para la bestia, pues nada desconoce más un dragón que la inocencia y la falta de malicia, es un idioma incomprensible para él, así juntando estas nobles y escasas cualidades en no menos escasos individuos es que se ha logrado sustraer fragmentos de los prodigiosos tesoros de dragón, quienes vociferan y maldicen cuando detectan la pérdida siendo en ese momento cuando son más vulnerables: no hay nada más terrible que la cólera de un dragón despojado de una joya, pero en ningún momento es más precipitado e irracional. No es cuestión de espadas de abolengo o hechizos de la Cuarta Capa del Espectro, es cuestión de el máximo valor en el preciso momento, y eso muchas veces los célebres y fanfarrones “héroes” aquí encuentran su nada lucido fin, y son los verdaderos héroes, los inesperados, los que nadie creería, los que serán llamados a cumplir su destino y ser llamados a la gloria, no sin antes pagar casi con la vida tal honor.
No son pues, los que se ufanan de sus dones y su fama los llamados a cambiar las cosas, son los irremediable pero benditamente fieles a su corazón y a su esencia los que pueden arrostrar peligros ingentes porque son los elegidos por la vida para ser sus paladines y pondrán todas sus fuerzas tras de ellos, pues solo un corazón sin ambición y codicia, pero lleno de sinceridad y sencillez puede sostener la Fuerza de la Vida.
Así nos ha sido contado y es custodiado por la Tradición de los Lobos, aprended cada quien lo que pueda. La ambición es poderosa, pero la sencillez lo es aún más.
Alejandro de Andúnië
Comentarios
Ese es el dragón, el que no se da cuenta que ya tiene el tesoro, el que sabiendo que tiene el tesoro busca otro tesoro, el que al perder parte del tesoro coleriza por tenerlo todo aún teniéndolo todo.
Dejará de ser dragón cuando se deshaga del tesoro, al deshacerse del tesoro verá que no puede deshacerse por completo de él y sólo en ese momento sabrá que ese es el verdadero tesoro, inagotable e invaluable.
Un dragón para cada tesoro.