Aprendiendo a volar




Hay un momento en la vida, un momento decisivo para todo, un momento de inflexión que marca un antes y un después en la vida de las personas. Incluso más de uno, en diferentes momentos de la vida. Pero hay uno que nos definirá posiblemente más que otros momentos, que dejará una huella más honda, cuya consecuencia podría seguirnos más allá de esta vida. Ningún otro momento sacude tanto nuestro interior como ese momento en que la vida nos pone ante la  oportunidad de amar de verdad a alguien.

El momento en que quizá aun en la etapa de enamoramiento, donde toda relación se da en el espacio de la fantasía, el deseo y las hormonas, se deja ese momento de embeleso para acceder a un momento de gravedad y casi solemnidad, un momento donde el aire se queda quieto y todo se detiene y se vuelven más nítidos los objetos, ahí donde queda claro que hay que tomar postura posición frente a la contundencia de un hecho: no solo estamos enamorados, hemos llegado a la conclusión de que amamos -de verdad- a esa persona y que solo queda tomar una decisión, entregarse a ese sentimiento o rechazarlo.

No cabe duda de que un momento así da miedo. Es exactamente igual al momento en que la joven ave debe dejar el nido, aprendiendo a volar, pero para ello debe lanzarse al vacío y abrir las alas para entregarse a la más sublime sensación de libertad -porque es libertad de verdad- o dejándose poseer por la pesadez del miedo regresar al nido agazaparse y esperar que no pase nada. Y nada es lo que pasará, ahí acabará cualquier historia.

Porque amar de verdad en un ejercicio paradójico de profunda seguridad y al mismo tiempo de completa vulnerabilidad. Esto es así, porque en el acto de amar de entrega uno mismo en completa confianza de que el otro no lastimará. Se entrega, no por necesidad, sino por decisión, libre, plena y consciente. No es un arranque súbito, aunque si es resultado de una comprensión súbita, resultado de la completa aceptación de las emociones y sentimientos que uno siente. Es un acto de reconocimiento personal, un manifiesto existencial, una profesión de fe.

No es de extrañar que ante dicha decisión la mayoría de las personas, -más preocupadas por su necesidad de ser amados, que de notar si son capaces de amar- huyen ante el vértigo que causa la innegable realidad del amor que nos impele a dejar atrás nuestra zona de confort e ir más allá de los límites auto impuestos a uno mismo y ser el ser que uno es para poder amar. Curioso efecto secundario del amor de verdad, es emancipador.

Pero lanzarse al vacío no es un acto de imprudencia, por lo contrario, es un acto de compromiso con uno mismo, de honestidad, de fidelidad. Es hacerse dueño de lo que uno es y de lo que uno siente, renunciar a la tentación de renunciar a lo que es uno y enfrentarse a la necesaria incertidumbre que amar implica, y con esperanza lanzarse al vacío si se quiere aprender a volar y ser libre.

Alejandro de Andúnie

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